MOVIMIENTO CONECTIVO
Un espacio para compartir experiencias y momentos creados por esta danza transformadora, además de artículos relacionados con el despertar de la consciencia femenina.
martes, 18 de septiembre de 2018
jueves, 19 de octubre de 2017
Sobre las Tigresas Blancas
TIGRESAS BLANCAS
Tigresa Blanca es el nombre que se le da a la mujer que, de forma disciplinada, se dedica a prácticar unas técnicas sexuales y espirituales con el próposito de recuperar su belleza y juventud, y asi poder desarrollar plenamente su potencial femenino y su condición de mujer inmortal.
Las enseñanzas sexuales de la Tigresa Blanca fueron iniciadas por mujeres taoístas de la antigua China.
En estas enseñanzas el termino Tigresa Blanca se aplica a unas pequeñas sociedades elitistas y secretas de maestras que han heredado unas enseñanzas muy antiguas y excepcionales sobre la sexualidad. Desarrolladas en China desde tiempos antiguos, en la actualidad las enseñanzas de la Tigresa Blanca siguen vivas y cuentan con seguidores de toda Asia, Europa y actualmente tambien América. Los grupos no son grandes ni cuentan con una estructura aparte de sus enseñanzas y métodos.
Una Tigresa Blanca puede pertenecer a cualquier clase social y participar activamente en cualquier aspecto de la vida. Sus movimientos no se ven restringidos ni por su entorno social ni por sus creencias religiosas. No obstante, antiguamente las Tigresas solían ser monjas taoístas, consortess o concubinas.
Aunque las Tigresas seguían ciertas pautas en su prácticas en lo concierniente a adquirir la esencia masculina, y especificamente dicha energía sexual, el mantenerlas vivas era puramente una cuestión de decisión propia. La única auténtica estructura de una Tigresa se lo aportaba su maestra. Asímismo no era nada corriente que dos tigresas establecieran un vínculo de amistad ya que mantenian en secreto tanto sus prácticas como su propia identidad, y jamas las comentaban con nadie fuera de su círculo más íntimo.
Por regla general, las Tigresas evitaban todo contacto entre sí, a excepción del reducido número de discípulas seguidoras de una misma maestra. Ninguna sabía nada de las anteriores discípulas ni llegaba a conocer a las que venían después.
Había tal secretismo en los grupos de la Tigresa Blanca que probablemente una aprendiz era, como mucho, consciente de la existencia de un puñado de otras seguidoras de su mismo linaje, pero jamas llegaba a saber cuántos linajes más existían, o sí tan siquiera si había otros y dónde se encontraban. Por lo tanto, una maestra consumada y de prestigio sólo conocería a su propia maestra y a sus propias alumnas.
Aunque existía la posibilidad de identificarla según ciertas características físicas, la mujer en cuestión tendría que ser una Tigresa Blanca de gran nivel de realización para poder conocerlas a todas y reconocer a otra auténtica Tigresa Blanca.
El nombre de Tigresa Blanca es un préstamode un término chino indicativo de una hembra sin bello en el pubis. Historicamente dichos linajes suelen tomar el nombre de la maestra y de su lugar de residencia. El manual de 1748 llevaba inscrito como título " Las Tigresas de Chin Huá de Nanying". El nombre cambiaba con cada maestra y linaje. Para que resultara más claro, Madam Lin decidio agrupar estas enseñanzas bajo un nombre común y considero que el de Tigresa Blanca sería el más apropiado ya que todos los linajes del pasado consideraban que el significado secreto de este nombre constituía el símbolo ideal de todas sus seguidoras.
VOLVERSE INMORTAL
El primer objetivo físico de la Tigresa consiste en recrear las reacciones sexuales de su cuerpo que se desarrollaron incialmente durante la adolescencia, lo cual le ayudará a desarrollar la capacidad de recuperarse fisicamente. Mediante este procedimiento retrasará el proceso de envejecimiento.
Seguidamente pasa a la fase de practicar y experimentar la "absorción de la energía sexual masculina", que también se suele conocer como "Absorber el aliento del Dragón" con el fin de desarrollar un estado de hipersensibilidad mediante una intensa estimulación sexual. La absorción es la capacidad de inducir en sí misma, mental y fisicamente, la energía del orgasmo masculino (yang), la cual entonces, utiliza para reforzar e incrementar su propia energía femenina (yin).
Dicha practica de "absorber el aliento del Dragón" es lo que le llevará a alcanzar su meta espiritual de Iluminación de la mente, que consiste en ver numerosas lucecitas meciéndose suavemente dentro de la cabecita. La Tigresa necesita experimentar dicha iluminación nueve veces separadas con el fin de producir la suficiente energía para crear su "Feto espiritual de Virgen Inmortal". Para seguir avanzando estas nueve iluminaciones deben sucederse en un periodo de tres años. Al igual que su homólogo taoísta, ella necesita ese feto espiritual para poder experimentar la metamorfosis que va desde la mortalidad a la inmortalidad. Resulta más fácil imagináselo en terminos de un embarazo espiritual en el que el parto del feto espiritual consiste en desprenderse del cuerpo físico a cambio de obtener otro inmortal; o en terminos de una oruga que rompe el capullo y surge transformada en una mariposa. Por lo tanto, si utilizamos la analogía de la mariposa para comprender las prácticas dela Tigresa Blanca, el Periodo de Restauración, (los primeros tres años de prácticas) correspondería a una oruga en pleno desarrollo; el Periodo de Preservación (los tres años siguientes) se asemejaría a la oruga envolviéndose en el capullo y el Periodo de Refinamiento (los últimos tres años) sería el nacimiento de la mariposa.
Kigong significa literalmente "trabajar la respiración". sin embargo, Ki también significa energía vital, y gong también significa "medios habilidosos". El concepto de Kigong consiste puramente en reforzar lo suficiente el aliento y energía vital del cuerpo como para que se beneficie de ello la salud tanto mental como física. La mayoria de los libros taoístas y sobre el kigong famosos hoy en dia contienen algunas opiniones erróneas que son evidentes en lo que se suele denominar el "Circuito Celestial Menor", consiste en hacer circular el ki hacia arriba y hacia abajo por la parte frontal del cuerpo. La meta tanto para el hombre como para la mujer es practicar técnicas de visualización y respiración con el fin de que ki circule por los meridianos (yen mo) a lo largo de la columna vertebral y en la parte frontal del cuerpo (tu mo).
Estos libros dan la sensación de que una persona puede conseguir realizar esta circulación de ki simplemente mediante la visualización y la respiración. Nada más lejos de la realidad. No solo para tener la sensación de que circula nueve veces en nueve ocasiones distintas, sino para llegar a experimentar la circulación de ki tan sólo una vez en una ocasión puede necesitarse de toda una vida de prácticas y, de hecho, son muy pocas las taoístas que lo consiguen. Ésta es la razón por la que los taoístas practican el tai chichuan, el kigong,la alquimia interna, la meditación, etc., durante toda la vida. Lon que han hecho muchos escritores es utilizar los viejos diagramas y explicaciones taoístas y plantar la idea de la circulación cmo algo inmediato, algo corriente y de fácil obtención cuando, en realidad, es eñl resultado o el efecto de una práctica a largo plazo.
En segundo lugar, e incluso más importante aún de comprender dicho proceso de nueve ciclos del ki es importante para el desarrollo del hombre pero no para el avance de la mujer. En cambio, para ella la iluminación es de enorme importancia.
El hombre debe experimentar una circulación de ki por los meridianos para que se pueda desencadenar la experiencia de iluminación. Sin embargo, el hecho de experimentar dicha circulación no garantiza que a ello le seguirá la iluminación. Por otro lado, la mujer puede experimentar la iluminación sin tener que hacer circular el ki porque ella ya está preparada , biológica y espiritualmente, para el embarazo. En cambio el hombre no lo está, por lo que necesita ante todo abrir su tan-t´ien para que pueda producirse la circulación del ki . Tan-t´ien significa"el campo del elixir". Fisiologicamente hablando, es el centro del ser humano, un punto en el bajo abdomen hacia donde se debe dirigir y enfocar la respiración para que el ki se pueda acumular y desarrollar. Más aún, es el lugar donde se produce el embarazo o se engendra el embrión espirítua. El hombre sólo puede experimentar la iluminación después de abrir el tan-t´ien.
La Tigresa debe esforzarse mucho ya que experimentar nueve iluminaciones separadas en tres años no es nada fácil. Son pocas las Tigresas que lo consiguen, eso si, obtienen una buena salud y restauración gracias a sus esfuerzos por alcanzar la iluminación y hacer que circule el ki, por lo que nadie debe pensar que el viaje es algo inutil o inalcanzable.

Dado que las mujeres no tienen la necesidad de hacer que circule el ki para poder experimentar la iluminación, en cierto sentido su tarea es más sencilla. Se puede establecer una analogía con el hecho de quedarse embarazada. En el proceso inicial, la mujer sólo tieneque recibir el esperma para que un óvulo suyo quede fertilizado. Su auténtica labor consiste entonces en incubar durante nueve meses dicho óvulo fertilizado para que dé a lúz un bebe. De la misma manera, necesita absorber la energía yang shen (esencia y energía sexual/espiritual masculina) para poder experimentar la iluminación y, además, debe experimentarla en nueve ocasiones distintas para poder crear su feto espiritual.
El hombre, por otro lado, tiene que reinventarse a sí mismo, por así decirlo, con el fin de crear un embarazo espirítual en su interior. Esa es la razón por la que necesita haacer circular el ki nueve veces en nueve ocasiones distintas y por la que necesita inyectara una gota de yang shen refinado (esencia sexual refinada, análogo al esperma que se introduce y fertiliza el óvulo) en su tan-t´ien con el fin de engendrar su embrión o feto espirítual.
Sin embargo, los procesos que tienen que producirse para que él pueda desarrollar un embarazo espirítual no se pueden prácticar como tal. La circulación del ki y la iluminación ocurren más bien como resultado de sus prácticas de redirigir su ching hacia el cerebro, retener el esperma, y prácticar la respiración y la técnica respiratoria (de la misma forma que una mujer se queda embarazada gracias al proceso por el cual el esperma alcanza y se introduce en un óvulo, y no simplemente por el acto sexual en sí). Por lo tanto, las Tigresas consideran que su proceso de creación d un feto espirítual consiste en absorber la energía sexual masculina de forma muy semejante a como el óvulofértil absorbe el espermatozoide para engendrar, así, una nueva vida. Los hombre, por otro lado, necesitan unir el flujo seminal y el esperma en los testiculos y, seguidamente , eyacular el esperma, lo que le permite al espermatozoide salir en busqueda del óvulo que va a ser fertilizado. ESto es un proceso análogo al que hace de poner su ki rn circulación para que acabe en el tan-t´ien con el fin de engendrar su propio embarazo espirítual.
En opinión de los taoístas y las Tigresas auténticos, la inseminación física es una imitación de la espirítual: consideran que el sexo físico y el sexo espirítual son como el reflejo mutuo macro-micro en un espejo. Ambos comprenden que el sexo no sólo es la fuerza más poderosa que llevan dentro sino que hombres y mujeres desempeñan un papel distinto a la hora de crearfetos materiales yb espirítuales. El hombre crea "aportando"su esperma, mientras que la mujer crea "recibiéndolo". Por lo tanto, el hombre debe crear (refinar) su gota de yang shen para inseminarse espirítualmente. En el sexo espirítual están implicitas la reunión y fusión de los procesos mentales de la esencia con la yang de la mujer, y la reunión y fusión de la esencia yang con la para el hombre.
A la luz de toda esta información, resulta interesante señalar que los típicos libros taoístas resaltan el punto de vista masculino, lo cual implica que el refinamiento de estas técnicas ha sido y es una práctica dominada por los hombres. Sin embargo, si lo consideramos desde la perspectiva dela Tigresa, la mujer tiene una mayor capacidad naturalpara alcanzar la inmortalidad así como las metas del refinamiento taoísta dada su mayo adaptabiliad y receptividad biológicas para ello. No obstante, sería un error deducir que la mujer es superior al hombre en lo referente al desarrolllo espirítual , ya que tanto el hombre como la mujerdeben adoptar el enfoque que mejor les vaya. El probelma ha surgido a raíz de la falta de conocimiento de las diferencias, llevando a que algunas mujeres dediquen a métodos de trabajo espirítual taoístas que resultan más apropiadas para los hombres y en los que, por consiguiente, ellas están en desventaja.
Con el fin de alcanzar sus objetivos, la Tigesa hace un uso periódico de Dragones Verdes, hombres a los que seduce exclusivamente para absorver su energía sexual. Estará con ellos no más de nueve meses durante un periodo de tiempo determinado, y con frecuencia es observada secreta o abiertamente por su Dragón de Jade mientras los seduce. Aunque muchas Tigresas salen en busca de Dragones de Jade, no le son imprescindibles para alcanzar sus objetivos. Las razones por las que se busca ese compañero son tres: para recibir su apoyo económico, su protección física y para poder disponer de un compañero de confianza a la hora de prácticar técnicas transformacionales más avanzadas.
Esencialmente, el inicio de las prácticas de la Tigresa tiene lugar a nivel puramente físico con el fin de recuperar y mantener su juventud. Una vez conseguido dichos aspectos y objetivos físicos , pasa a un nivel más espirítual, el perirodo transformacional, en el que la experiencia de la absorción actúa como puente de conexión entre los dos. Lo mismo que sucede con cualquier otra práctica espirítual, se debe llegar a dominar los aspectos físicos si se quiere poder alcanzar la maestría en los espirituales. Esta misma premisase enseña en todas las prácticas de meditación , artes marciales y yoga.
Al igual que con lamayoría de ideologías y prácticas chinas, la rigurosidad y la disciplina son algunos de los pilares en los que se basan las prácticas de la Tigresa Blanca. No obstante, a pesar de estas estrictas pautas que deben observar, las Tigresas son muy apasionadas y entregadas, apasionadas no sólon en sus prácticas sino con los hombres con los que entran en contacto. Para la Tigresa , la pasión es el medio mediante el cual puede alcanzar su meta final. Por lo tanto, al leer toda esta información, no debemos olvidar que lo que ellas buscan es convertirse en la encarnación de la pasión y la entrega.

La filosofía de la Tigresa Blanca abarca hasta el mismo núcleo y origen de la sexualidad y espirítualidad de la mujer. Aunque sus contenidos sean todo un reto, por no decir más, hay un hecho irrefutable que es que, sea cual tu preferencia sexual, desde la obsesión a la total abstinencia, el sexo te está envejeciendo. El sexo es como una droga: si se abusa de él, te marchita y te destruye mientras que, utilizado correctamente, te recupera y te mantiene. El enfoque de la Tigresa consiste en utilizarlo correctamente, como una medicina.
Para la Tigresa, el sexo es como para otra personabuscar una profesión , lo cual lleva implícito dedicarle tiempo para aprender a desenvolverse en ella. Sus prácticas no son meros ejercicios de destreza sexual ni tienen como meta ponerse guapa. En realidad, y más importante que todo eso, se convierte en una Tigresa para conseguir realmente conocerse a sí misma y poder aplicar esa energía y confianza que acaba de descubrir en sí misma en cualquier tarea a la que decida dedicarse.
La mayoria de nosotros no tenemos ni idea de lo poderoso y positivo que puede llegar a ser el sexo, sobre todo cuando aprendemos a utlizarlo y canalizarlo. Para la Tigresa, el sexo es una disciplina para vencer a su peor enemigo: su propio yo.
Puede que mucha genteesté en desacuerdo con los métodosde la Tigresa Blanca, pero es un hecho inegableque la energía sexual es la razón por la que hemos nacido y la razón por la que envejecemos y morimos. La Tigresa Blanca se desprende del oscuro velo del conformismo y moralismo sexual para descubrir la verdad y el potencial de dicha energía, encontrando así la medicina para curarse de su condición de mortal, es decir, del envejecimiento, la enfermedad y la muerte innatural.
Hsi Lai
martes, 19 de abril de 2016
Fatema Mernissi: El harén de las mujeres occidentales es la talla 38
Era
la primera vez que me decían semejante estupidez respecto a mi talla.
Los piropos a mis caderas anchas que me han dicho los hombres por las
calles marroquíes me habían llevado a creer durante años que todo el
planeta pensaba lo mismo. Es cierto que con la edad cada vez voy oyendo
menos piropos al pasar por la medina, y claro que me he dado cuenta de
que el silencio es mayor ahora cuando camino por los bazares. Pero hace tiempo que aprendí a no buscar en el mundo exterior formas de reafirmar la seguridad en mí misma,
dado que mis rasgos nunca han encajado en los estándares locales de
belleza y he tenido que defenderme en varias ocasiones de los
comentarios ofensivos por parte de algunos hombres que me llamaban zirafa
(o sea, jirafa) por culpa de mi cuello demasiado largo. En realidad,
paradójicamente, cuando me fui a estudiar a Rabat descubrí que mi
principal atractivo a ojos de los demás residía justo en la confianza
narcisista que había desarrollado con el fin de protegerme de lo que
llegué a considerar como “el chantaje de la belleza”. Mis compañeros no
podían creerse que me importara un comino lo que pensaran de mi aspecto
físico. “Mira, querido Karim, lo único que necesito para sobrevivir es
pan, aceitunas y sardinas. Que pienses que tengo el cuello demasiado
largo es asunto tuyo, no mío.” En cualquier caso, en una medina ni los
comentarios sobre la belleza ni los piropos son algo definitivo o serio;
todo se puede negociar. Pero en aquellos grandes almacenes
norteamericanos la cosa parecía diferente.
Debo confesar que en aquel entorno neoyorquino perdí mi acostumbrada confianza. No es que me sienta segura de mí misma en todo momento, pero tampoco voy por la calle o por los pasillos de la universidad dudando sobre qué pensarán de mí los demás. Por supuesto, cuando oigo un piropo mi ego crece igual que un soufflé de queso, pero en general no espero demasiado. Hay mañanas en que me veo fea, si me siento cansada o pachucha, pero otros días me encuentro maravillosa solo porque hace sol o porque he conseguido escribir un párrafo bueno. Y de pronto, en aquella tienda norteamericana tan grande y silenciosa, en la que había entrado con aire triunfal gozando de mi legítimo status de consumidora soberana dispuesta a gastar dinero, me sentí atacada de una forma brutal. Mis caderas, hasta el momento símbolo de una madurez serena y desinhibida, repentinamente eran condenadas como una deformación.
-Y ¿se puede saber quién establece lo que es normal y lo que no? -pregunté a la dependienta como queriendo recuperar algo de mi seguridad si ponía a prueba las reglas establecidas. Jamás dejo que nadie me evalúe y decida si soy guapa o no, quizá porque de niña, en Fez, no encajaba en los moldes de belleza y siempre me estaban diciendo que era demasiado alta, demasiado flaca, que tenía los pómulos demasiado marcados y los ojos demasiado rasgados, en una ciudad tradicional donde se elogiaba a las muchachas regordetas y con cara de pan. Mi madre siempre estaba lamentándose de que nunca encontraría marido, por lo que me animaba a estudiar y a aprender toda clase de habilidades, desde narrar cuentos hasta bordar, si es que quería sobrevivir en este mundo. Yo siempre le decía: Si Alá me ha hecho así, ¿cómo puede haberse equivocado, madre? Aquello la dejaba callada una temporadita, pues si me replicaba, mi pobre madre habría estado atacando al mismísimo Señor. Esa táctica de glorificar mi extraño aspecto como si se tratara de un don divino me ayudó no solo a sobrevivir en aquella ciudad tradicional y tan estrecha de miras, sino que además empecé a creérmelo. Casi me volví segura de mí misma. Digo casi porque me di cuenta de que la confianza en uno mismo no es algo tangible y estable, como un brazalete de plata que no cambia por mucho que pasen los años. La confianza en uno mismo es como una lucecita débil que va y viene, por lo que tenemos que cuidarla constantemente. Bastaría que alguien me dijera que soy fea, para tener que cuestionarme de nuevo todo el proceso. Y eso es justo lo que me sucedió en aquellos grandes almacenes norteamericanos.
-¿Y quién ha dicho que todo el mundo deba tener la talla treinta y ocho? -bromeé, sin mencionar la talla treinta y seis, que es la que usa mi sobrina de doce años, delgadísima.
En aquel momento, la señorita me miró con cierta ansiedad.
-La norma está presente en todas partes, querida mía -dijo-. En las revistas, en la televisión, en los anuncios. Es imposible no verlo. Tenemos a Calvin Klein, Ralph Lauren, Gianni Versace, Giorgio Armani, Mario Valentino, Salvatore Ferragamo, Christian Dior, Yves Saint-Laurent, Christian Lacroix y Jean-Paul Gaultier. Los grandes almacenes siguen la norma de la moda. -Hizo una pausa, para concluir con lo siguiente-: Si aquí se vendiera la talla cuarenta y seis o la cuarenta y ocho, que son probablemente las que usted necesita, nos iríamos a la bancarrota. -Se detuvo un instante y luego me miró con ojos escrutadores-. Pero ¿en qué mundo vive usted, señora? -De repente tuve la sensación fugaz de que podríamos entendernos-. Lo siento, pero no puedo ayudarla, de verdad. -Me dio la impresión de que lo lamentaba realmente. Y de pronto se mostró muy interesada. Se quitó de encima a una clienta que se había acercado para pedirle ayuda-: ¡Busque a otra dependienta! ¿No ve que estoy ocupada? -Parecía querer proseguir con nuestra conversación unos minutos más.
Fue entonces cuando me di cuenta de que debía de tener mi edad, cincuenta y muchos. Pero, a diferencia del mío, su cuerpo era esbelto como el de una adolescente. Su vestido Chanel por encima de la rodilla, en color azul marino, tenía el típico cuello de seda blanca, reminiscencia de la modesta elegancia católica de las jovencitas de la aristocracia francesa de principios de siglo. Un fino cinturón de perlas realzaba la delgadez de su talle. Con aquel pelo corto de rizos estudiados, y su sofisticado maquillaje, a primera vista me había parecido que tenía la mitad de años que yo.
-Pues vengo de un país donde no existen las tallas en la ropa de mujer -repliqué-. Yo misma me compro la tela, y la costurera del barrio o un artesano me hace la falda que le pido, de seda o de cuero. Me toman las medidas en cada visita. Ni la costurera ni yo sabemos nunca cuál es la talla de la falda que me va a hacer. Mientras la cose, vamos descubriéndolo. En Marruecos, mientras pague los impuestos, a nadie le importa cuál sea mi talla. De hecho, si quiere que le diga la verdad, no tengo ni idea de qué talla uso. La señorita se echó a retír realmente divertida, y me dijo que debería hacer publicidad de mi país, que le parecía un paraíso para las mujeres trabajadoras y estresadas.
-¿Quiere usted decir que no vigila su peso? -me preguntó con cierta incredulidad. Tras un breve silencio, añadió en voz alta pero como si estuviera hablando consigo misma-: Muchas mujeres que tienen puestos de trabajo muy bien pagados, relacionados con el mundo de la moda, podrían verse de patitas en la calle si no siguieran una dieta estricta.
Sus palabras eran tan claras y la amenaza que implicaban tenían tal carga de crueldad que me di cuenta por primera vez de que quizá la talla treinta y ocho fuera una restricción aún más violenta que el velo musulmán. Me despedí de ella, para no entretenerla por más tiempo y para no meterla en una conversación tal vez demasiado emocional y no muy bienvenida, en un intercambio de confidencias sobre los recortes de salario debidos a la edad. Probablemente habría alguna cámara de seguridad grabándonos en esos momentos.
Sí, pensé, acababa de encontrar la respuesta a mi enigma. A diferencia del hombre musulmán, que establece su dominación por medio del uso del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula el tiempo y la luz. Este último afirma que una mujer es bella solo cuando aparenta tener catorce años. Si una comete la osadía de aparentar los cincuenta o, peor aún, los sesenta, resulta simplemente inaceptable. Al dar el máximo de importancia a esa imagen de niña y fijarla en la iconografía como ideal de belleza, condena a la invisibilidad a la mujer madura. De hecho, el occidental moderno refuerza así las teorías sostenidas por Immanuel Kant en el siglo XVIII. Las mujeres deben aparentar que son bellas, lo cual no deja de ser infantil y estúpido. Si una mujer aparenta madurez y seguridad en sí misma, y por lo tanto no se avergüenza de unas caderas anchas como las mías, se la condena por fea. Así pues, la frontera del harén europeo separa una belleza juvenil de una madurez que se considera de mal gusto.
Sin embargo, las actitudes occidentales son más peligrosas y taimadas que las musulmanas porque el arma utilizada contra las mujeres es el tiempo. El tiempo es algo menos visible, más fluido que el espacio. El occidental congela con focos e imágenes publicitarias la belleza femenina en forma de niñez idealizada y obliga a las mujeres a percibir la edad, es decir, el paso natural de los años, como una devaluación vergonzante. ¡Ahora resulta que soy un dinosaurio!, me dije en voz alta casi sin darme cuenta, mientras recorría las filas de faldas de la tienda con la esperanza de demostrarle a la señorita que estaba equivocada. Pero al cabo de media hora tuve que reconocer que no iba a encontrar nada que me valiera. Este chador occidental, cortado según el patrón del tiempo, resultaba más disparatado que el fabricado con el espacio, el que imponen los ayatolás.
La violencia que implica esta frontera característica del mundo occidental es menos visible porque no se ataca directamente la edad, sino que se enmascara como opción estética. En efecto, en aquella tienda no solo me sentí repentinamente horrorosa, sino también inútil. Mientras los ayatolás consideran a la mujer según el uso que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y marginan. Este tipo de mujer bordea la inexistencia. Al ensalzar solo a la mujer prepubescente, el hombre occidental impone otra clase de velo a las mujeres de mi edad, nos tapa bien con el chador de la fealdad. Solo de pensarlo siento escalofríos. Es como marcarnos la piel con esa frontera invisible. La costumbre china de vendar los pies de las mujeres funciona exactamente igual: los hombres consideraban bellas solo a las que tuvieran los pies de una niña. No es que los chinos obligaran a las mujeres a ponerse vendajes en los pies para detener su crecimiento normal. Simplemente definían el ideal de belleza. En la China feudal, una mujer conseguía ser bella si sacrificaba voluntariamente su derecho a moverse, al mutilarse los pies para demostrar que el único objetivo de su vida era agradar al hombre. De este modo, si tengo la intención de encontrar una falda elegante diseñada para una mujer guapa, se supone que debería reducir el tamaño de mis caderas para caber en la talla treinta y ocho. Las musulmanas nos sometemos al ayuno solo durante el mes del ramadán, pero es que las desgraciadas occidentales tienen que estar a dieta los doce meses del año. Quelle horreur! , me repetía sin cesar, mientras contemplaba a las señoras norteamericanas comprando ropa en aquella tienda. Todas las que tenían mi edad parecían adolescentes rebosantes de juventud.
Según
Naomi Wolf, durante los años noventa la talla exigida a las modelos se
redujo de forma drástica. “Hace una generación, la modelo típica pesaba
un 8 por 100 menos que la mujer media norteamericana, mientras que hoy
la diferencia es de un 23 por 100… El peso de Miss America cayó en
picado, y el de la modelo típica de Playboy playmates se redujo
de un 11 por 100 por debajo del peso medio en 1970 a un 17 por 100 de
diferencia ocho años después” 1. Según esta autora, la reducción de la
talla ideal es una de las causas de la anorexia y de otros problemas de
salud. ” (…) la extensión de los desórdenes en la alimentación creció de
manera exponencial, mientras aparecieron muchas neurosis relacionadas
con la comida y el peso que hicieron perder el sentido del control a
muchas mujeres” 2. De repente, el misterio del “harén europeo”
cobró sentido ante mí. En esta parte del mundo, el arma empleada es
ensalzar la juventud a toda costa, y condenar el envejecimiento.
En Nueva York se recurre a la dimensión temporal contra las mujeres,
igual que en Teherán el ayatolá iraní usa la dimensión espacial con la
intención de que las mujeres se sientan fuera de lugar e inoportunas. El
objetivo es el mismo en ambos casos. Las occidentales que viven en su
tiempo, adquieren experiencia con la edad y alcanzan la madurez son
consideradas feas por parte de los profetas de la moda, igual que las
iraníes que osan aparecer en el espacio público.
El poder del hombre occidental reside en dictar cómo debe vestirse la mujer y qué aspecto debe tener. Es el hombre quien controla toda la industria de la moda, desde la cosmética hasta la ropa interior. Me di cuenta de que Occidente es la única parte del mundo donde las cuestiones de la moda femenina son un negocio dirigido por hombres. En países como Marruecos la moda es cosa de mujeres. Pero esto no es así en Occidente. Naomi Wolf explica que los hombres controlan una inmensa parafernalia de productos casi fetiche: “Una serie de industrias poderosísimas (la industria alimentaria, con ganancias de 33.000 millones de dólares al año; la industria de la cosmética, con 20.000 millones; la de la cirugía plástica, con 300 millones; y la industria de la pornografía, con beneficios anuales de 7.000 millones de dólares) han prosperado gracias a las sumas de dinero que genera la ansiedad inconsciente, y a través de la cultura de masas son capaces, a su vez, de usar, estimular y reforzar la alucinación, en una espiral económica que crece y crece sin cesar” 3.
Pero ¿cómo funciona este sistema? ¿Por qué lo toleran las mujeres? De todas las explicaciones posibles, la que más me gustó fue la del sociólogo francés Pierre Bourdieu. En su último libro, La domination masculine. “La violencia simbólica es una forma de ejercer el poder, que repercute directamente sobre el cuerpo de la persona, como por arte de magia, sin constricciones físicas aparentes. Pero esta magia solo funciona porque activa códigos ocultos en las capas más profundas”4. Leyendo a Bourdieu tuve la sensación de empezar a comprender mejor la psique de los hombres occidentales. Bourdieu explica que, debido a que las industrias de la cosmética y de la moda no son más que la punta del iceberg, da la sensación de que la predisposición de las mujeres a asumir los dictados impuestos por aquellas es una actitud que no les exige esfuerzo alguno, como si fuera natural. De otro modo resultaría imposible entender por qué las mujeres se menosprecian tan espontáneamente. Bourdieu se plantea por qué las propias mujeres se hacen la vida tan difícil, al escoger que su pareja sea siempre más alta o mayor que ellas, por ejemplo. “La mayoría de las francesas desean tener por marido a un hombre mayor que ellas y que además, lo cual es totalmente coherente, sea más grande que ellas, en cuanto a lo referente al tamaño”5.
Atrapadas en esta sumisión hechizante, característica de la violencia simbólica inscrita en las capas misteriosas de la carne, las mujeres renuncian a “los signos comunes de jerarquía sexual” (“les signes ordinaires de la hiérarchie sexuelle”), tales como el envejecimiento y un cuerpo que engorda. Bourdieu insiste en que solo comprenderemos cuánta fuerza implican esta “violencia simbólica” y su embrujo si tenemos en cuenta esta conexión entre unas instituciones serias y la industria, aparentemente frívola, de la belleza” 6.
Tanto Naomi Wolf como Pierre Bourdieu han llegado a la conclusión de que hoy por hoy los códigos basados en el físico paralizan la capacidad de las mujeres occidentales de competir por el poder, por mucho que parezcan abiertas las posibilidades de acceder a la educación y a mejoras salariales. “Una obsesión cultural con la delgadez femenina no tiene nada que ver con obsesionarse con la belleza femenina” explica Wolf. Es más bien “una obsesión con la obediencia de las mujeres. El sometimiento a regímenes alimenticios es el sedante político más potente de la historia de las mujeres; una población silenciosamente trastornada es una población muy fácil de manejar”8. Wolf afirma que las investigaciones han “confirmado lo que la mayoría de las mujeres ya sabían de sobra: que la preocupación con el peso conduce a un “colapso virtual de la autoestima y del sentido de la efectividad” y que (…) una “restricción calórica prolongada y periódica” resulta en una personalidad especial, caracterizada por “pasividad, ansiedad y cambios emocionales bruscos”9. De modo similar, Bourdieu, que se ha dedicado más bien a desentrañar cómo este mito graba a fuego sus inscripciones sobre la piel misma, llega a reconocer que el estar constantemente recordándole a una mujer en un espacio público su apariencia física la desestabiliza emocionalmente, debido a que la reduce a mero objeto de exposición.
-¡Gracias, Alá, por ahorrarme la tiranía del harén de la talla treinta y ocho! -murmuraba sin cesar, en mi asiento del vuelo entre París y Casablanca. Estaba deseando llegar a casa-. Menos mal que el profesor Benkiki no sabe nada de tallas. Y, menos aún, de la talla treinta y ocho. ¡Qué espanto si a los fundamentalistas les diera por imponer no solo el velo, sino también la talla treinta y ocho!
¿Es posible organizar una manifestación política creíble y salir a las calles a protestar y gritar que se nos han pisoteado los derechos humanos porque no es posible encontrar la falda que una busca?
1,2,3,8 y 9 Naomi Wolf, The Beauty Mith How Images of Beauty are Used Against Women, Nueva York, 1991.
4,5,6,7 y 10 Pierre Bourdieu, La domination masculine, 1988.
Fuente: Fatema Mernissi,El harén de las mujeres occidentales es la talla 38 (Capítulo 13). El harén en Occidente, 2000.
Debo confesar que en aquel entorno neoyorquino perdí mi acostumbrada confianza. No es que me sienta segura de mí misma en todo momento, pero tampoco voy por la calle o por los pasillos de la universidad dudando sobre qué pensarán de mí los demás. Por supuesto, cuando oigo un piropo mi ego crece igual que un soufflé de queso, pero en general no espero demasiado. Hay mañanas en que me veo fea, si me siento cansada o pachucha, pero otros días me encuentro maravillosa solo porque hace sol o porque he conseguido escribir un párrafo bueno. Y de pronto, en aquella tienda norteamericana tan grande y silenciosa, en la que había entrado con aire triunfal gozando de mi legítimo status de consumidora soberana dispuesta a gastar dinero, me sentí atacada de una forma brutal. Mis caderas, hasta el momento símbolo de una madurez serena y desinhibida, repentinamente eran condenadas como una deformación.
-Y ¿se puede saber quién establece lo que es normal y lo que no? -pregunté a la dependienta como queriendo recuperar algo de mi seguridad si ponía a prueba las reglas establecidas. Jamás dejo que nadie me evalúe y decida si soy guapa o no, quizá porque de niña, en Fez, no encajaba en los moldes de belleza y siempre me estaban diciendo que era demasiado alta, demasiado flaca, que tenía los pómulos demasiado marcados y los ojos demasiado rasgados, en una ciudad tradicional donde se elogiaba a las muchachas regordetas y con cara de pan. Mi madre siempre estaba lamentándose de que nunca encontraría marido, por lo que me animaba a estudiar y a aprender toda clase de habilidades, desde narrar cuentos hasta bordar, si es que quería sobrevivir en este mundo. Yo siempre le decía: Si Alá me ha hecho así, ¿cómo puede haberse equivocado, madre? Aquello la dejaba callada una temporadita, pues si me replicaba, mi pobre madre habría estado atacando al mismísimo Señor. Esa táctica de glorificar mi extraño aspecto como si se tratara de un don divino me ayudó no solo a sobrevivir en aquella ciudad tradicional y tan estrecha de miras, sino que además empecé a creérmelo. Casi me volví segura de mí misma. Digo casi porque me di cuenta de que la confianza en uno mismo no es algo tangible y estable, como un brazalete de plata que no cambia por mucho que pasen los años. La confianza en uno mismo es como una lucecita débil que va y viene, por lo que tenemos que cuidarla constantemente. Bastaría que alguien me dijera que soy fea, para tener que cuestionarme de nuevo todo el proceso. Y eso es justo lo que me sucedió en aquellos grandes almacenes norteamericanos.
-¿Y quién ha dicho que todo el mundo deba tener la talla treinta y ocho? -bromeé, sin mencionar la talla treinta y seis, que es la que usa mi sobrina de doce años, delgadísima.
En aquel momento, la señorita me miró con cierta ansiedad.
-La norma está presente en todas partes, querida mía -dijo-. En las revistas, en la televisión, en los anuncios. Es imposible no verlo. Tenemos a Calvin Klein, Ralph Lauren, Gianni Versace, Giorgio Armani, Mario Valentino, Salvatore Ferragamo, Christian Dior, Yves Saint-Laurent, Christian Lacroix y Jean-Paul Gaultier. Los grandes almacenes siguen la norma de la moda. -Hizo una pausa, para concluir con lo siguiente-: Si aquí se vendiera la talla cuarenta y seis o la cuarenta y ocho, que son probablemente las que usted necesita, nos iríamos a la bancarrota. -Se detuvo un instante y luego me miró con ojos escrutadores-. Pero ¿en qué mundo vive usted, señora? -De repente tuve la sensación fugaz de que podríamos entendernos-. Lo siento, pero no puedo ayudarla, de verdad. -Me dio la impresión de que lo lamentaba realmente. Y de pronto se mostró muy interesada. Se quitó de encima a una clienta que se había acercado para pedirle ayuda-: ¡Busque a otra dependienta! ¿No ve que estoy ocupada? -Parecía querer proseguir con nuestra conversación unos minutos más.
Fue entonces cuando me di cuenta de que debía de tener mi edad, cincuenta y muchos. Pero, a diferencia del mío, su cuerpo era esbelto como el de una adolescente. Su vestido Chanel por encima de la rodilla, en color azul marino, tenía el típico cuello de seda blanca, reminiscencia de la modesta elegancia católica de las jovencitas de la aristocracia francesa de principios de siglo. Un fino cinturón de perlas realzaba la delgadez de su talle. Con aquel pelo corto de rizos estudiados, y su sofisticado maquillaje, a primera vista me había parecido que tenía la mitad de años que yo.
-Pues vengo de un país donde no existen las tallas en la ropa de mujer -repliqué-. Yo misma me compro la tela, y la costurera del barrio o un artesano me hace la falda que le pido, de seda o de cuero. Me toman las medidas en cada visita. Ni la costurera ni yo sabemos nunca cuál es la talla de la falda que me va a hacer. Mientras la cose, vamos descubriéndolo. En Marruecos, mientras pague los impuestos, a nadie le importa cuál sea mi talla. De hecho, si quiere que le diga la verdad, no tengo ni idea de qué talla uso. La señorita se echó a retír realmente divertida, y me dijo que debería hacer publicidad de mi país, que le parecía un paraíso para las mujeres trabajadoras y estresadas.
-¿Quiere usted decir que no vigila su peso? -me preguntó con cierta incredulidad. Tras un breve silencio, añadió en voz alta pero como si estuviera hablando consigo misma-: Muchas mujeres que tienen puestos de trabajo muy bien pagados, relacionados con el mundo de la moda, podrían verse de patitas en la calle si no siguieran una dieta estricta.
Sus palabras eran tan claras y la amenaza que implicaban tenían tal carga de crueldad que me di cuenta por primera vez de que quizá la talla treinta y ocho fuera una restricción aún más violenta que el velo musulmán. Me despedí de ella, para no entretenerla por más tiempo y para no meterla en una conversación tal vez demasiado emocional y no muy bienvenida, en un intercambio de confidencias sobre los recortes de salario debidos a la edad. Probablemente habría alguna cámara de seguridad grabándonos en esos momentos.
Sí, pensé, acababa de encontrar la respuesta a mi enigma. A diferencia del hombre musulmán, que establece su dominación por medio del uso del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula el tiempo y la luz. Este último afirma que una mujer es bella solo cuando aparenta tener catorce años. Si una comete la osadía de aparentar los cincuenta o, peor aún, los sesenta, resulta simplemente inaceptable. Al dar el máximo de importancia a esa imagen de niña y fijarla en la iconografía como ideal de belleza, condena a la invisibilidad a la mujer madura. De hecho, el occidental moderno refuerza así las teorías sostenidas por Immanuel Kant en el siglo XVIII. Las mujeres deben aparentar que son bellas, lo cual no deja de ser infantil y estúpido. Si una mujer aparenta madurez y seguridad en sí misma, y por lo tanto no se avergüenza de unas caderas anchas como las mías, se la condena por fea. Así pues, la frontera del harén europeo separa una belleza juvenil de una madurez que se considera de mal gusto.
Sin embargo, las actitudes occidentales son más peligrosas y taimadas que las musulmanas porque el arma utilizada contra las mujeres es el tiempo. El tiempo es algo menos visible, más fluido que el espacio. El occidental congela con focos e imágenes publicitarias la belleza femenina en forma de niñez idealizada y obliga a las mujeres a percibir la edad, es decir, el paso natural de los años, como una devaluación vergonzante. ¡Ahora resulta que soy un dinosaurio!, me dije en voz alta casi sin darme cuenta, mientras recorría las filas de faldas de la tienda con la esperanza de demostrarle a la señorita que estaba equivocada. Pero al cabo de media hora tuve que reconocer que no iba a encontrar nada que me valiera. Este chador occidental, cortado según el patrón del tiempo, resultaba más disparatado que el fabricado con el espacio, el que imponen los ayatolás.
La violencia que implica esta frontera característica del mundo occidental es menos visible porque no se ataca directamente la edad, sino que se enmascara como opción estética. En efecto, en aquella tienda no solo me sentí repentinamente horrorosa, sino también inútil. Mientras los ayatolás consideran a la mujer según el uso que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y marginan. Este tipo de mujer bordea la inexistencia. Al ensalzar solo a la mujer prepubescente, el hombre occidental impone otra clase de velo a las mujeres de mi edad, nos tapa bien con el chador de la fealdad. Solo de pensarlo siento escalofríos. Es como marcarnos la piel con esa frontera invisible. La costumbre china de vendar los pies de las mujeres funciona exactamente igual: los hombres consideraban bellas solo a las que tuvieran los pies de una niña. No es que los chinos obligaran a las mujeres a ponerse vendajes en los pies para detener su crecimiento normal. Simplemente definían el ideal de belleza. En la China feudal, una mujer conseguía ser bella si sacrificaba voluntariamente su derecho a moverse, al mutilarse los pies para demostrar que el único objetivo de su vida era agradar al hombre. De este modo, si tengo la intención de encontrar una falda elegante diseñada para una mujer guapa, se supone que debería reducir el tamaño de mis caderas para caber en la talla treinta y ocho. Las musulmanas nos sometemos al ayuno solo durante el mes del ramadán, pero es que las desgraciadas occidentales tienen que estar a dieta los doce meses del año. Quelle horreur! , me repetía sin cesar, mientras contemplaba a las señoras norteamericanas comprando ropa en aquella tienda. Todas las que tenían mi edad parecían adolescentes rebosantes de juventud.

En
la China feudal, una mujer conseguía ser bella si sacrificaba
voluntariamente su derecho a moverse, al mutilarse los pies para
demostrar que el único objetivo de su vida era agradar al hombre.
El poder del hombre occidental reside en dictar cómo debe vestirse la mujer y qué aspecto debe tener. Es el hombre quien controla toda la industria de la moda, desde la cosmética hasta la ropa interior. Me di cuenta de que Occidente es la única parte del mundo donde las cuestiones de la moda femenina son un negocio dirigido por hombres. En países como Marruecos la moda es cosa de mujeres. Pero esto no es así en Occidente. Naomi Wolf explica que los hombres controlan una inmensa parafernalia de productos casi fetiche: “Una serie de industrias poderosísimas (la industria alimentaria, con ganancias de 33.000 millones de dólares al año; la industria de la cosmética, con 20.000 millones; la de la cirugía plástica, con 300 millones; y la industria de la pornografía, con beneficios anuales de 7.000 millones de dólares) han prosperado gracias a las sumas de dinero que genera la ansiedad inconsciente, y a través de la cultura de masas son capaces, a su vez, de usar, estimular y reforzar la alucinación, en una espiral económica que crece y crece sin cesar” 3.
Pero ¿cómo funciona este sistema? ¿Por qué lo toleran las mujeres? De todas las explicaciones posibles, la que más me gustó fue la del sociólogo francés Pierre Bourdieu. En su último libro, La domination masculine. “La violencia simbólica es una forma de ejercer el poder, que repercute directamente sobre el cuerpo de la persona, como por arte de magia, sin constricciones físicas aparentes. Pero esta magia solo funciona porque activa códigos ocultos en las capas más profundas”4. Leyendo a Bourdieu tuve la sensación de empezar a comprender mejor la psique de los hombres occidentales. Bourdieu explica que, debido a que las industrias de la cosmética y de la moda no son más que la punta del iceberg, da la sensación de que la predisposición de las mujeres a asumir los dictados impuestos por aquellas es una actitud que no les exige esfuerzo alguno, como si fuera natural. De otro modo resultaría imposible entender por qué las mujeres se menosprecian tan espontáneamente. Bourdieu se plantea por qué las propias mujeres se hacen la vida tan difícil, al escoger que su pareja sea siempre más alta o mayor que ellas, por ejemplo. “La mayoría de las francesas desean tener por marido a un hombre mayor que ellas y que además, lo cual es totalmente coherente, sea más grande que ellas, en cuanto a lo referente al tamaño”5.
Atrapadas en esta sumisión hechizante, característica de la violencia simbólica inscrita en las capas misteriosas de la carne, las mujeres renuncian a “los signos comunes de jerarquía sexual” (“les signes ordinaires de la hiérarchie sexuelle”), tales como el envejecimiento y un cuerpo que engorda. Bourdieu insiste en que solo comprenderemos cuánta fuerza implican esta “violencia simbólica” y su embrujo si tenemos en cuenta esta conexión entre unas instituciones serias y la industria, aparentemente frívola, de la belleza” 6.
Bordieu insiste en lo importante del matiz de “simbólico” del concepto clave que lleva ya décadas intentando introducir con gran tesón en los análisis de mercado, al referirse a “l´économie des biens symboliques”, donde se distancia tanto del discurso económico estrictamente materialista como del etnográfico, al introducir la subjetividad de los actores allí donde los intercambios tienen que ver con la relación de dominación y que explica el carácter mágico de la obediencia de las mujeres a los códigos cosméticos y de la moda, tan constrictivos.En cuanto entendí cómo funciona esta sumisión mágica empecé a sentirme bastante aliviada porque los ayatolás conservadores aún no tienen ni idea de su existencia. Si así fuera, no dudarían en pasarse a estos métodos sofisticados, pues resultan mucho más eficaces a la hora de impedir el avance de la igualdad entre los sexos. Prohibir que coma todo lo que desee y que me harte de tagine (mejor si es en cazuela de barro, con lo que la carne y la verdura pueden estar cociéndose durante horas sobre un fuego de carbón) sería, sin duda alguna, la mejor manera de paralizar mi capacidad pensante.
“Al tomar la palabra “simbólico” en uno de sus sentidos más comunes, quizá pueda pensarse que subrayar la “violencia simbólica” sea minimizar el papel de la violencia física y (hacer) olvidar que existen mujeres golpeadas, violadas y explotadas, o, lo que sería peor aún, disculpar a los hombres que recurren a esta forma de violencia. Evidentemente, no es esa mi intención. Al entender el adjetivo “simbólica”, como opuesto a “real” o “efectiva”, podríamos suponer que la violencia simbólica es una violencia puramente “espiritual” y, en definitiva, sin efectos reales. Esta es la distinción ingenua, propia de un materialismo primario, que la teoría materialista de los bienes simbólicos (en cuya elaboración llevo trabajando ya varios años) trata de destruir, suplantándola por la objetividad de la experiencia subjetiva de las relaciones de dominación. Otro malentendido consiste en creer que la referencia a la etnología, cuyas funciones heurísticas he tratado de exponer aquí, es supuestamente un medio de restaurar, bajo una apariencia científica, el mito del “eterno femenino” (o masculino) o, aún más grave, de eternizar la estructura de dominación masculina al describirla como invariable y eterna. Por lo tanto, lejos de afirmar que las estructuras de dominación son ahistóricas, trataré de establecer que son, más bien, el producto de un trabajo incesante (por lo tanto, histórico) de reproducción al que contribuyen los agentes particulares (esto es: los hombres, con armas como la violencia física y la violencia simbólica) y las instituciones (familia, iglesia, escuela, Estado)”7.
Tanto Naomi Wolf como Pierre Bourdieu han llegado a la conclusión de que hoy por hoy los códigos basados en el físico paralizan la capacidad de las mujeres occidentales de competir por el poder, por mucho que parezcan abiertas las posibilidades de acceder a la educación y a mejoras salariales. “Una obsesión cultural con la delgadez femenina no tiene nada que ver con obsesionarse con la belleza femenina” explica Wolf. Es más bien “una obsesión con la obediencia de las mujeres. El sometimiento a regímenes alimenticios es el sedante político más potente de la historia de las mujeres; una población silenciosamente trastornada es una población muy fácil de manejar”8. Wolf afirma que las investigaciones han “confirmado lo que la mayoría de las mujeres ya sabían de sobra: que la preocupación con el peso conduce a un “colapso virtual de la autoestima y del sentido de la efectividad” y que (…) una “restricción calórica prolongada y periódica” resulta en una personalidad especial, caracterizada por “pasividad, ansiedad y cambios emocionales bruscos”9. De modo similar, Bourdieu, que se ha dedicado más bien a desentrañar cómo este mito graba a fuego sus inscripciones sobre la piel misma, llega a reconocer que el estar constantemente recordándole a una mujer en un espacio público su apariencia física la desestabiliza emocionalmente, debido a que la reduce a mero objeto de exposición.
“Al confinar a las mujeres al status de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro, la dominación masculina (…) las coloca en un estado de inseguridad constante. (…) Tienen que luchar sin cesar por resultar atractivas, bellas y siempre disponibles”10.Al sufrir dicho estado de congelación como objeto pasivo cuya mera existencia depende de la mirada de su poseedor, las mujeres occidentales de hoy, con estudios y formacióon, se encuentran en las misma tesitura que las esclavas de un harén.
-¡Gracias, Alá, por ahorrarme la tiranía del harén de la talla treinta y ocho! -murmuraba sin cesar, en mi asiento del vuelo entre París y Casablanca. Estaba deseando llegar a casa-. Menos mal que el profesor Benkiki no sabe nada de tallas. Y, menos aún, de la talla treinta y ocho. ¡Qué espanto si a los fundamentalistas les diera por imponer no solo el velo, sino también la talla treinta y ocho!
¿Es posible organizar una manifestación política creíble y salir a las calles a protestar y gritar que se nos han pisoteado los derechos humanos porque no es posible encontrar la falda que una busca?
1,2,3,8 y 9 Naomi Wolf, The Beauty Mith How Images of Beauty are Used Against Women, Nueva York, 1991.
4,5,6,7 y 10 Pierre Bourdieu, La domination masculine, 1988.
Fuente: Fatema Mernissi,El harén de las mujeres occidentales es la talla 38 (Capítulo 13). El harén en Occidente, 2000.
martes, 12 de mayo de 2015
Voy adonde nunca he estado
El cuerpo tiene memorias ancestrales, infantiles y actuales, las cuales arrastramos y mostramos a cada acción y pensamiento. Tenemos hábitos encerrados en nuestro cuerpo, los repetimos rígidamente. También el corazón se nos vuelve rígido en rutinas automáticas.
Muy pronto nos entumecemos, nos volvemos insensibles a lo que realmente somos y sentimos. Actitudes preestablecidas no nos permiten ver lo que es real y mucho menos explorar la plenitud. Se nos programa para repetir lo que nos lleva al aburrimiento.
Mi entrega a la danza es una manera de salirme de estas tendencias repetitivas.
Cuando danzo una sensación de liberación me recorre cuando la música me invade hasta el fondo de mi alma y el ritmo me invita al movimiento.
Mediante el baile viajo por mi cuerpo, pasando por mi mente, entrando en mi corazón hasta otra dimensión de la existencia, una dimensión a la que llamo "éxtasis", comunión total con el espíritu.
Danzar con el espíritu me ha enseñado todo lo que sé. Y todo lo que sé es que esta danza es potenciadora, sanadora, reestructuradora. Danzar y Vivir es una de las premisas que más infunde esta danza.
Muy pronto nos entumecemos, nos volvemos insensibles a lo que realmente somos y sentimos. Actitudes preestablecidas no nos permiten ver lo que es real y mucho menos explorar la plenitud. Se nos programa para repetir lo que nos lleva al aburrimiento.
Mi entrega a la danza es una manera de salirme de estas tendencias repetitivas.
Cuando danzo una sensación de liberación me recorre cuando la música me invade hasta el fondo de mi alma y el ritmo me invita al movimiento.
Mediante el baile viajo por mi cuerpo, pasando por mi mente, entrando en mi corazón hasta otra dimensión de la existencia, una dimensión a la que llamo "éxtasis", comunión total con el espíritu.
Danzar con el espíritu me ha enseñado todo lo que sé. Y todo lo que sé es que esta danza es potenciadora, sanadora, reestructuradora. Danzar y Vivir es una de las premisas que más infunde esta danza.
jueves, 30 de abril de 2015
TU RINCÓN INTERIOR
Debemos encontrar por nosotr@s mism@s un rincón silencioso, armonioso, pleno de paz y amor, en lo más profundo de nuestro interior, y desde ahí actuar y descubrir que es la belleza que nos rodea, que es el tiempo, descubrir la naturaleza del temor y su movimiento, el descubrimiento del placer y terminar con el dolor.
Ese lugar es donde penetra el sonido de la música y nos invita a danzar. Una danza que, al salir de nuestro espacio sagrado, nos permite movernos en coherencia con nuestro Ser y nos muestra quien somos en realidad
Debemos tener un lugar así en el corazón porque donde hay afecto y amor, entendimiento y comprensión, llega la claridad y es desde ahí que debe surgir la acción, el Movimiento.
Ese lugar es donde penetra el sonido de la música y nos invita a danzar. Una danza que, al salir de nuestro espacio sagrado, nos permite movernos en coherencia con nuestro Ser y nos muestra quien somos en realidad
Debemos tener un lugar así en el corazón porque donde hay afecto y amor, entendimiento y comprensión, llega la claridad y es desde ahí que debe surgir la acción, el Movimiento.
miércoles, 29 de abril de 2015
La danza aparece unida al hombre,
prácticamente desde sus orígenes. La danza primitiva era de carácter
religioso como la mayor parte de las actividades que realizaban. Y en
ella no había espectadores. Como en una celebración religiosa, están los
fieles (testigos) y el celebrante, pero no hay espectadores.
¿Cómo surge la danza? Sin duda alguna,
para expresar las necesidades vitales: necesidad de alimento (caza,
recolección…), sentido de culto (ritos fúnebres, lluvia, trueno, rayo,
salida y ocaso del sol, la luna…), de tipo social (galanteo, matrimonio,
guerra…).
Poco a poco se van configurando los diversos tipos de danzas,
sin perder nunca el carácter colectivo. La procesión en torno a un
objetivo sagrado o un árbol es una de las formas coreográficas más
antiguas y que, de forma evolucionada, bajo aspectos bien diversos, ha
llegado a nosotros.
Con el cristianismo, la danza pasa a estar controlada por la Iglesia y
será fundamentalmente religiosa. En la Edad Media abandona los templos
para refugiarse en los laicos y aparecen danzas un tanto esperpénticas y
macabras como la danza de la muerte o la danza macabra.
También en la
Edad Media y unidas a los gremios, aparecerán numerosas danzas, muchas
de las cuales han llegado hasta nuestros días con pequeñas variaciones,
que se ejecutan el día del santo patrono y dentro de la ceremonia
religiosa.
jueves, 23 de abril de 2015
Testimonio de alumna de Movimiento Conectivo
Experiencia personal de Beatriz con Movimiento conectivo
Te escribo mi testimonio, como te comenté, a raiz de la primera clase que recibí contigo.
Mientras hacía los movimientos que tu marcabas y con la explicación que dabas, todo en conjunto termino de brotar todo un malestar y sufrimiento que iba padeciendo hace tiempo, y conectarme con mi VERDADERO YO: LA MUJER CALMADA Y SERENA.
ROMPI A LLORAR Y DECIDÍ NO AGUANTAR MAS UNA SITUACIÓN PERSONAL, HASTA EL PUNTO DE FORMALIZAR UNA DENUNCIA QUE NO ME ATREVIA.
PUDE SUPERAR EL PANICO A LA NECESIDAD VITAL DE ESTAR LIBRE Y TRANQUILA.
GRACIAS!!!!!!
09 Abril 2012
Te escribo mi testimonio, como te comenté, a raiz de la primera clase que recibí contigo.
Mientras hacía los movimientos que tu marcabas y con la explicación que dabas, todo en conjunto termino de brotar todo un malestar y sufrimiento que iba padeciendo hace tiempo, y conectarme con mi VERDADERO YO: LA MUJER CALMADA Y SERENA.
ROMPI A LLORAR Y DECIDÍ NO AGUANTAR MAS UNA SITUACIÓN PERSONAL, HASTA EL PUNTO DE FORMALIZAR UNA DENUNCIA QUE NO ME ATREVIA.
PUDE SUPERAR EL PANICO A LA NECESIDAD VITAL DE ESTAR LIBRE Y TRANQUILA.
GRACIAS!!!!!!
09 Abril 2012
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Bienvenidos a este blog. Pretendo dar a conocer las infinitas variedades de mujer, las pistas para serlo de verdad.
La danza del vientre es un vehículo perfecto para conectar lo femenino. Nuestra esencia de mujer.
Los círculos de mujeres fomentan esta conexión desarrollando la unión entre el poder de cada mujer única e irrepetible
Mis CURSOS y TALLERES se enfocan a esta búsqueda personal y están abiertos a mujeres de cualquier edad.
Espero que disfruten se maravillen y crezcan conmigo